De los orígenes al siglo XVIII. A pie y a caballo

Desde siempre, cada grupo humano ha buscado identificarse con un espacio. Ya se encuentre en los valles o en las llanuras, cada comunidad ha desarrollado una experiencia, una red de infraestructuras y de servicios para conseguir una lógica funcional, calidad de vida, homogeneidad y supervivencia. Las relaciones vecinales, como canales de intercambios y de comunicación, han tenido un papel fundamental en la construcción y el mantenimiento de estos espacios.

Desde siempre, el intercambio de productos y la comunicación de hechos se han basado en el grito, en la palabra y en la combinación de símbolos, diferentes medios para transmitir una información tan lejos como sea posible. Esta voluntad ha llevado a los diferentes pueblos y civilizaciones, sobre todo desde el poder, a organizar un sistema de transmisión de mensajes dentro de los límites de sus territorios, un sistema capaz de superar la eficacia y la rapidez de una simple conversación en un día de mercado.

El correo, tal como lo conocemos hoy día, se ha ido formando de manera progresiva a lo largo de los siglos, en un proceso de evolución muy desigual que arranca en China, entre los siglos XIII y XII a.C.. En este proceso, destaca el sistema de comunicación a caballo y en carro consolidado por los romanos y basado en una red de caminos y de postas que perduró sin grandes modificaciones hasta el final del siglo XVIII.

 

El ‘cursus publicus’

A partir de finales del siglo I a. C., Roma pasó a gestionar de manera casi simultánea un territorio que se extendía desde el Mediterráneo hasta la Europa central. Entre todas estas tierras, el Valle de Andorra quedó estrechamente integrado al resto como uno de los lugares de paso secundarios por los Pirineos. El correo, tanto el oficial como el particular, fue uno de los instrumentos que facilitaron la explotación, el control y la expansión del estilo de vida romano hasta las zonas más marginales. Sobre una amplia red viaria, el emperador disponía de un servicio de mensajería (cursus publicus) basado en una infraestructura de postas (mansiones, stabulum y positas) y en unos portadores (cursioris o tabellarii) a caballo o en carro. Por el contrario, los grandes propietarios utilizaban a los propios esclavos para transmitir cartas a los familiares y amigos.

 

De la edad media hasta el siglo XVI. El abandono de la infraestructura romana

Entre los siglos VIII y XVI se siguieron utilizando, sin grandes cambios, los caminos y las vías romanas. Esta red viaria se adaptó sin embargo a unas nuevas necesidades en las que predominaban los intercambios y las comunicaciones entre parroquias o condados vecinos. El correo, que siguió vinculado a la aristocracia, dejó de ser mayoritariamente de larga distancia y se abandonó, aunque no del todo, el sistema de postas. Las compañías de mensajeros, primero solo al servicio de los nobles y más adelante también de los mercaderes y de los gobiernos de las ciudades, distribuían los documentos, los avisos y las notas a pie o a caballo.


Los siglos XVII y XVIII. Las postas

De manera progresiva a partir del siglo XVI y, sobre todo, entre los siglos XVII y XVIII se reorganizó de nuevo en la Europa occidental el correo a caballo con postas. En Francia, por ejemplo, de las 252 estaciones que podían existir en 1584 se pasó a las 800 del 1708. Cada una disponía de un número determinado de caballos de acuerdo con el itinerario y el lugar. Una vez cambiado de animal, el correo continuaba y el postillón lo seguía hasta la próxima parada para devolver el caballo. Las cartas se enviaban sin sobre, plegadas, lacradas y en la dirección solo se indicaba el nombre del destinatario; pocas veces se añadía alguna precisión para encontrar la casa, puesto que no se solía repartirlas.